A lo largo de mi tiempo como acompañante de mujeres, me topo con factores en común que nos bloquean el contacto con nuestro deseo, con nuestra experiencia sexual satisfactoria y/o con la capacidad de sentir el placer sensorial sin preocupaciones.

Desde expectativas sociales de lo que debemos hacer y cumplir como mujeres, ya sea las exigencias de un rol que nos adjudicamos o las demandas autoimpuestas por la presión social de encajar en los cánones de belleza. Pasando por experiencias constantes que refuerzan la culpa y vergüenza en relación a nuestros cuerpos o nuestro deseo sexual, mensajes aprendidos que nos van imponiendo durante nuestra infancia y adolescencia hasta llegar a un punto en el cual naturalizamos la represión de nuestras emociones sensoriales, pensamos que es normal no sentir ese deseo, esa pasión. Sumemos a esto las constantes experiencias de acoso vividas en lo cotidiano, mismas que nos van haciendo sentir inseguras y temerosas de un peligro latente que nos acompaña día con día. Historias comunes que trascienden la genitalidad, que limitan nuestra capacidad de sentir placer más allá del erótico, el placer por lo cotidiano, por encontrar pasiones de vida; proyectos de vida imposibles de encontrar por estar sumergidas en la preocupación por el bienestar de lxs otrxs, naturalizando esta preocupación con la “naturaleza femenina”, normalizando que para las mujeres es incorrecto decir “no” y poner limites.

Pero en el momento en que las mujeres encuentran espacios en donde escucharse y sentirse, emerge aquella “que sabe”, la intuición; la loba dormida en ellas empieza a despertar, esa que sabe que algo no está bien, que algo ha estado desconectado. El despertar a la consciencia viene impulsado por una infinidad de momentos tan diferentes y únicos para cada mujer, pero cuando llega es importante que se sepa acompañada de una manada.
Cada mujer traerá su propia historia, pero esos factores en común que nos llevaron a ese lugar nos permiten conectar con el entendimiento del profundo trabajo que implica la deconstrucción, no es un proceso nada fácil y nos tomará años, transformarlo por completo nos llevará generaciones, pero cada avance, cada máscara despojada, cada imposición transformada, cada mujer conocida en la sororidad, hace que cada paso valga el esfuerzo.